sábado, 27 de febrero de 2010

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STEFAN ZWEIG
 

Amok - 1922

7/10

[mr. camping]


Entonces, de un solo y profundo resuello, aspiró el aire fresco de la noche. De repente se sintió maravillosamente libre. Ya no sentía cólera, miedo, angustia, remordimiento ni ardor, sólo el aire fresco, frío de luna, lleno, hinchado por un viento suave que le recorría los labios. Fuerza, valor y reflexión apresurada circularon de nuevo por sus miembros: erguido, se sintió de nuevo coronel de Napoleón. Tranquilo y seguro, su pensamiento ascendió del pasado al futuro. El cadáver del soldado muerto precipitadamente en un arrebato de cólera ciega lo traicionó: en un instante se percató de ello. Cuando se inclinó sobre el rostro desencajado que, a la luz de insegura de la luna, parecía animado por una vida espectral, los vidriosos ojos le miraron fijamente con una siniestra expresión. Pero el coronel no sintió miedo ni contrición, ni siquiera el súbito estremecimiento del horror momentáneo. Sin miedo alguno cogió el cadáver, lo arrastró por los matorrales, que se doblaban a regañadientes, hasta el escondrijo que antes le había protegido a él y arrojó sin miramientos el pesado cuerpo en el suelo del bosque. Tomó aliento. Ninguna agitación palpitaba ya en su cuerpo, pero después de muchas horas terribles el cansancio y el abatimiento empezaban a hacer mella en él. La mañana ya no podía estar lejos, pues la luz de la luna ya pendía más pálida de los arbustos. De modo que abandonó el plan de huida por tardío. Y sin mediar sobre nuevas posibilidades, obedeciendo sólo a su fatiga, se echó al suelo, apenas a dos pasos del muerto. Y cayó profundamente dormido, como en los campos de batalla de Italia y Austria, en la soledad de la muerte..”

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